Hipótesis sobre el origen de los nacionalismos "periféricos" en España

Cuando me refiero a los nacionalismos periféricos supongo que todo el mundo entenderá que hago alusión a los movimientos políticos y culturales que, dentro de lo que todos consideramos o entendemos o suponemos que es España, resultan hoy en día dominantes en Cataluña y el País Vasco. El nacionalismo gallego no supone en ningún caso un desafío evidente a la unidad política de España, lo cual va a redundar, como se verá, en la fiabilidad de mi hipótesis, y es por ello que no lo voy a considerar aquí.
Para enunciar la hipótesis a que me refiero en el título, voy a prescindir de aparato bibliográfico. Ya sé que esto es un tanto heterodoxo, que no es corriente en la producción historiográfica. Pero voy a dar mis razones para el caso. Primero, por propia cuestión de método. Una hipótesis, por definición, y si es verdaderamente hipotética y no deductiva, no tiene precedente bibliográfico o de literatura secundaria que aportar, en apoyo de lo que se diga. En todo caso puede presentar hechos, hechos históricos y sobre todo razonamientos a la luz de la documentación disponible y que expliquen de una forma no tenida en cuenta hasta ahora dichos acontecimientos, de forma que resulten más inteligibles, en el sentido de que no dejen ningún cabo suelto, como por el contrario, a mi juicio, ocurre con las explicaciones dadas hasta ahora sobre el particular. Ocurre que, a estas alturas, todos los que nos dedicamos a la historia contemporánea y a la historia del presente conocemos los hechos básicos por los que explicar el origen y desarrollo de los nacionalismos catalán y vasco y no es el caso, salvo cuestiones imprescindibles, sacarlos a relucir aquí. Y teniendo en cuenta, además, que dichos hechos se reproducen hasta la saciedad en la prensa de todos los días, y en la publicística al respecto también, de forma que estamos ante un continuo caudal de información y de manifestaciones que lo único que hacen es decir siempre lo mismo, bajo diferentes aspectos o en forma de sucesos y declaraciones que abundan en lo mismo, e incluso dichos o ejecutados por las mismas personas, que en todo caso se suceden unas a otras en la portavocía o representación de una misma forma de entender la cuestión. Segundo, por pura razón de higiene historiográfica que, por una vez aunque sea, nos hace presumir que el lector agradecerá, al fin y al cabo, una exposición exenta de andamiaje y follaje erudito, que muchas veces lo que hace es intentar ocultar la ausencia de ideas propias, cuando no el seguidismo patente de ideas ya sólidamente establecidas.
El carácter de hipótesis que sostengo aquí para el origen de los nacionalismos periféricos en España tiene su origen en mi conocimiento y análisis del caso vasco. Tengo que decir que sobre nacionalismo catalán estoy menos versado que sobre nacionalismo vasco, por lo que me disculparán si las precisiones respecto del primero sean menos significativas, quizás, que sobre el segundo. Vivo en el País Vasco, donde nací y donde me he construido mi propio hábitat profesional y familiar y eso, a no dudar, influye evidentemente en mi interés y mi conocimiento por los asuntos que me rodean de manera más próxima. De hecho la hipótesis que voy a presentar parte de mi propia ubicación en el País Vasco, y lo que propongo aquí es hacerla extensiva a Cataluña. De “funcionar” también para aquel espacio social, político y cultural, que presenta ciertas diferencias respecto del caso vasco, como de todos es sabido, podríamos decir que estaríamos entonces ante una verdadera teoría sobre el origen de los nacionalismos periféricos en España, particularmente de los que desafían y cuestionan la legitimidad del Estado en aquellos territorios donde son dominantes.

Con el tema de los nacionalismos nos situamos, en cuanto a organigrama de la distribución de competencias en ciencias historiográficas, en lo que se conoce como historia contemporánea, cuando no directamente en historia del presente. De todos es sabido que esta “parcela” de la historiografía supone un desafío añadido a la actividad del historiador. Rafael Altamira, faro y guía que debiera ser de la profesión de historiador en España, se mostró muy reacio siempre a tratar de épocas en las que él hubiera debido de ubicarse espacio y temporalmente, puesto que ello derivaría siempre, a su juicio, en merma de la objetividad precisa para su oficio. Pero en una etapa posterior a la primera redacción de su magna Historia de España y de la Civilización Española optó por tratar debidamente el siglo XIX, ausente en aquella obra, y los temas más candentes de su propia época, incluidos y muy principalmente, cómo no, los políticos. Su postura ante los nacionalismos en España, singularmente el catalán y el vasco, no dejó de mantenerle en la perplejidad siempre, como se ve en su postrera Los elementos de la civilización y el carácter españoles. No acertaba a comprender cómo era posible semejante desafección por lo que él llamaba unidad psicológica de España, que era lo que suponían esos movimientos políticos y culturales, no le cabía en la cabeza (ni en el corazón tampoco) el hecho de que se propusieran romper una relación secular de una manera tan inopinada e irresponsable.

Aunque con estas cuestiones de la necesaria objetividad del historiador, que vendría procurada por la lejanía del sujeto que investiga respecto del tiempo en el que transcurre el objeto investigado, tendríamos que decir también que hoy en día, con el auge del desenterramiento masivo de tradiciones por parte de los historiadores a sueldo de las autonomías en España, ninguna época está ya a salvo de un aprovechamiento político para el investigador y para quien le financie. La Edad Media dejó de ser hace tiempo coto privado de eruditos ingenuos y de inocentes investigadores ávidos de engordar el curriculum. Los restos romanos sirven para ensalzar la gloria de la región respectiva, lo mismo que los prehistóricos, y las dinastías medievales de cualquier antiguo reino de España son hoy en día cuidadas con esmero por quienes buscan pretextos para ofrecer a la consejería de cultura más próxima la posibilidad de organizar una semana de exposiciones y congresos a beneficio de la autonomía respectiva.
Con lo cual se acabó la diferenciación de épocas históricas en función de su posible politización desde el presente. Todo es politizable, todo es aprovechable desde el presente en la historia de España y de sus nacionalidades, desde Atapuerca, que vale tanto para España como para la autonomía de Castilla y León, hasta cualquier acontecimiento histórico de hoy mismo, pasando por episodios señeros de la historia común, que pueden ser lo mismo aprovechados bien a izquierdas o derechas del panorama político general, bien por la tradición regional en manos de la autonomía respectiva. Ejemplos abundan al respecto, pensemos en la presencia romana por diferentes lugares españoles, el episodio de los Comuneros en Castilla, el Califato en Andalucía, la Guerra de Sucesión en Cataluña, las guerras carlistas en el País Vasco, el episodio inicial de la Reconquista en Asturias, la época del descubrimiento y colonización de América reflejada, por ejemplo, en Extremadura, y muchos más que desde un punto de vista general español pueden tener un significado progresista o tradicionalista, según se analice o interprete, y que desde un punto de vista regional pueden reforzar la personalidad y el carácter particular de la autonomía respectiva.

Esto nos permite decir que, por lo que respecta a los nacionalismos “fuertes” de País Vasco y Cataluña, cualquiera puede enfrentarse a los mismos desde el presente sin ningún tipo de complejo por verse malintepretado o prejuiciado por falta de distanciamiento cronológico respecto de los asuntos que estudia. Lo cierto es que quienes hoy en día se ocupan de tales temas pasan por pertenecer a tres categorías distintas de investigadores, no en el sentido de su calidad profesional, me refiero ahora, sino más bien por su adscripción ideológica. Los hay quienes desde las nacionalidades respectivas hacen historia vasca o catalana con fuerte acento particular, autóctono, escribiendo mayoritariamente en sus lenguas respectivas y, por supuesto, considerando el objeto de su historia como algo cerrado en sí mismo, en el sentido de que no necesitan ningún elemento exterior (referido a España, naturalmente) que pueda complementar la historia que están narrando. Para estos historiadores, lo que entendemos por País Vasco y Cataluña son entidades autosuficientes, cuyo sentido y significado está en sí mismas y que, por tanto, no necesitan de ningún añadido exterior que venga a completar lo que esos investigadores puedan decir respecto de ellas. Las historias que de aquí se deducen, y las geografías, dicho sea de paso, contemplan estas entidades como algo más que lo que entendemos desde España por el País Vasco y Cataluña: se trata de entidades que engloban, en el caso del País Vasco, la autonomía de Navarra y también un pequeño territorio perteneciente al departamento francés de Pirineos Atlánticos y que los nacionalistas vascos denominan Iparralde (País Vasco francés). La referencia visual para entender esto reside en el mapa de los dialectos del euskera, elaborado por el príncipe Luis Luciano Bonaparte, cómo no a finales del XIX (época clave para el surgimiento de los nacionalismos periféricos), y que se viene utilizando como referencia geográfica (a falta de referencias políticas) por toda la historiografía nacionalista vasca desde entonces hasta hoy mismo. En el caso catalán, el mapa de la historia del país no se reduce a la Cataluña española tampoco, ya que también en este caso entra una parte de territorio francés, el Rosellón, y cuando se refieren a los países catalanes, que son las regiones españolas mayoritariamente donde se habla el catalán y que pasan, por eso mismo, a tener un significado político diferenciado, ahí ya entra también el País Valenciano y Baleares, así como una parte de Huesca, “la franja”, donde se habla también catalán.
El segundo grupo de historiadores son los que escriben tanto desde el centro como desde la periferia, pero que desde posturas pretendidamente progresistas, intentan hacer causa común en sus análisis del fenómeno. Suelen incidir en el arcaísmo centralizador de España, y en su incomprensión de las variedades nacionalistas periféricas, contempladas generalmente desde un punto de vista modernizador y progresista. Para estos historiadores las nacionalidades surgen al mismo tiempo que la España moderna, con su industrialización y con sus trasvases de población. Dichos movimientos políticos nacionalistas son la característica más definitoria desde el punto de vista de la articulación del Estado a la modernidad, y para estos historiadores España será o no será en función de que sepa integrar en su realidad política esas realidades incuestionables que son los nacionalismos vasco y catalán. Por tanto, cualquier crítica a las pretensiones de dichos nacionalismos es síntoma, para estos historiadores, de arcaísmo y de intolerancia en diversos grados.
El tercer grupo de historiadores que se ocupan del nacionalismo son los que conviven malamente con las realidades nacionalistas en España, considerando que son un defecto de su historia y de su realidad presente. España, en su afán de progreso y modernidad, se quiso desprender de su principal seña caracterizadora en toda la historia, el catolicismo y la mezcla inextricable de lo privado con lo público, de la ética católica y la política subordinada a aquella sin solución de continuidad, y lo que provocó fue que determinados sectores de sus habitantes se desentendieran de un proyecto político común. Esto hace que el potencial civilizador de España se resienta y que su capacidad y fortaleza no sean las que deberían ser, de acuerdo con su historia y el lugar que le corresponde entre las grandes naciones en el mundo. Las nacionalidades periféricas son una demostración más del fracaso de España en su entrada en la modernidad, al mismo nivel que la merma de su catolicidad. La pérdida de hegemonía de España en el mundo viene dada por esas dos características fundamentales, que se alimentarían mutuamente. Es precisamente por ello que se explica el hecho de que los nacionalismos periféricos en España vengan caracterizados, en su origen, y aunque parezca paradójico para muchos (debido sobre todo al poso de perplejidad que dejó en nosotros una dictadura franquista demasiado larga), por una revivificación de la religión católica, que se suponía en retroceso por causa del movimiento liberal español en su conjunto, durante todo el siglo XIX, y que hallaría en esas regiones vasca y catalana un refugio seguro ante los ataques desamortizadores y laicos del progreso en España. El nacionalismo vasco tiene ese componente católico integrista en su programa desde el inicio. El nacionalismo catalán, como es sabido, junto con su componente católico y conservador, tiene otro de origen federal (representado por Pi y Margall), que alimentaría la comprensión de su ala izquierda, ausente en origen en el caso vasco.

Este panorama, que en apariencia podría suponer una riqueza interpretativa y una oferta de conocimiento suficiente para entender lo que realmente ocurre en España y en las zonas donde los aquí denominados nacionalismos periféricos han arraigado, no ha permitido, a mi juicio, en todo este tiempo, ofrecer una explicación realmente convincente del surgimiento de los nacionalismos en España. Por lo que se refiere al caso vasco, se nos dice que el nacionalismo surge por una concatenación de realidades: la extracción minera y luego la industrialización desaforada de la margen izquierda de la ría del Nervión, que provocó un trasvase de población desde regiones limítrofes, dando lugar a una transformación del paisaje, que pasaría del modelo tradicional, de predominio del sector primario, al modelo moderno, de dominio del sector secundario en la economía, junto con un sustrato fuerista y tradicionalista presente de antemano en el caso vasco, que no aceptaría los cambios sociales traídos por la industrialización y que daría lugar a una transición desde el fuerismo y el tradicionalismo católico conservador (en el que respiran todos los fundadores nacionalistas en España) al nacionalismo independentista, dentro de un panorama político de aparición de los movimientos de masas y crisis de los partidos tradicionales, y todo ello enmarcado en una situación nacional e internacional de pérdida definitiva de peso político de España en el concierto mundial, con una crisis de poder insuperable en sus estructuras centralizadoras, que posibilitaría el auge de las élites periféricas.

Como afirmé antes, la hipótesis que aquí presento surge viviendo en el País Vasco. Y lo cierto es que creo que sólo es posible llegar a ella viviendo en el País Vasco, como digo, y encontrándose quien la emite vitalmente inserto aquí con los condicionantes socio-políticos y culturales que yo tengo. En esto es cierto, y no tengo ningún inconveniente en aceptarlo, el conocido dicho (slogan publicitario ya, habría que decir) de los nacionalismos vasco y catalán cuando dicen eso de que “desde fuera no nos entienden”. Por lo tanto, también hay gentes como yo, dentro de los propios ámbitos a los que los nacionalistas dicen representar, que podemos decir igualmente que no nos entienden, pero en este caso por partida doble: no nos entienden los de fuera y tampoco los dominantes de dentro. El caso es que considero un rasgo propio de los que vivimos en el País Vasco y no somos nacionalistas el sentir nuestra vivencia aquí de modo muy diferenciado al de si viviéramos fuera de aquí. Y del mismo modo, un historiador que no viva en el País Vasco nunca sentirá la presión del nacionalismo vasco circundante, del mismo modo que lo pueda sentir quien viva aquí. Y esto es una condición indispensable para entender al nacionalismo vasco, a mi juicio, y para calibrar adecuadamente sus características desde el punto de vista de la historiografía.
He dado una consideración de mi característica vital como historiador centrada en mi no nacionalismo, viviendo en el País Vasco. Pero junto a ella hay otra más, tan definitoria o más que la anterior, y es mi condición de hijo de inmigrantes españoles en el País Vasco. Y esto es muy importante porque a mi condición de no nacionalista también se podrían adscribir cuantos historiadores nativos vascos o mestizos de vasco e inmigrante hay por aquí, pero que en definitiva son fácilmente identificables como vascos. En mi caso, por mi origen y mis apellidos, si no digo expresamente que vivo en el País Vasco nadie me identificaría, a priori, como vasco. Con lo cual, para muchos, tanto de dentro como de fuera del País Vasco, mi condición de vasco pierde quilates y legitimidad a raudales.
Y aquí es donde reside el principal condicionante de mi hipótesis sobre el origen de los nacionalismos periféricos en España. Que la formula alguien que pertenece al colectivo de inmigrantes españoles que tanto en el País Vasco como en Cataluña sufrieron la discriminación y exclusión por parte de esos nacionalismos. Suponer, no obstante, que alguien que sufre discriminación y exclusión es el menos adecuado para hablar con “objetividad” de un movimiento político del que se considera víctima, no es más que un intento, avieso donde los haya, de echar tierra sobre la propia exclusión y la propia discriminación, de ignorarla, de soslayarla con un espíritu falsamente progresista de suponer que esos nacionalismos siguen siendo víctimas, todavía a estas alturas, de una dictadura que negó sus derechos en el pasado.
Evidentemente en el País Vasco y Cataluña hay una lucha por el poder, como en cualquier ámbito político del mundo. Y los movimientos nacionalistas hacen de la identidad de un pueblo vasco y de un pueblo catalán, cuyos orígenes respectivos se pierden en la noche de los tiempos, el ardid con el que luchar por el poder y mantenerse en él a toda costa. Esa lucha está basada en una dialéctica del “fuera” (esto es, el Estado) que nos discrimina y del “dentro” (esto es, la identidad vasca, la identidad catalana) que lucha por no desaparecer, que en el fondo lo que esconde malamente es una lucha interna dentro de esas comunidades, para que una parte de sus habitantes siempre sea la que disfrute del poder y administre desde él a favor de sus intereses, en detrimento de otra parte muy importante de esas comunidades, que viene a coincidir grosso modo con los inmigrantes que vinieron de otras partes de España y sus descendientes, durante un ciclo ya cerrado que engloba cronológicamente todo el proceso de la industrialización y de la entrada de nuestro país en la edad contemporánea. Desde fuera de dichos ámbitos, en el resto de España, por desconocimiento o inadvertencia de lo que significó el paso a la modernidad en el País Vasco y Cataluña, no se tiene en cuenta que la entrada masiva de inmigrantes de otras partes del país transformó todas sus estructuras de arriba abajo, produciendo un choque cultural brutal entre las comunidades aborígenes y las que llegaban, que se tradujo en una lucha política estrictamente interna de esas comunidades, con el Estado como observador atónito; lucha política que, gracias a la habilidad de los respectivos nacionalismos también, todo hay que decirlo, se asume como disputa por la independencia respecto de España, como necesidad de liberación de un pueblo oprimido, sin tener en cuenta, como digo, que detrás de esa reclamación lo que se esconde es un gran chantaje de las élites nacionalistas vascas y catalanas para mantenerse en el poder de sus territorios respectivos permanentemente.
En resumidas cuentas, la misma lógica de enfrentamiento que plantean estos nacionalismos desde España se asume como tal, sin corrección ni revisión alguna. En efecto, el mejor aliado de los nacionalismos periféricos en España es el propio gobierno español de turno, la incapacidad generalizada, muestra evidente del gran desconocimiento de nuestra propia historia, que no sabe ver que el País Vasco y Cataluña son entidades muy diferentes de las que nos quieren mostrar los nacionalismos respectivos: su conformación demográfica está atravesada profundamente por una presencia de población no autóctona, procedente de otras regiones de España, que es la causante de que los nacionalismos hayan surgido, que es la gran desaparecida de toda esta historia, la testigo incómoda, pero la que nos da la clave para entender un aspecto crucial de la historia contemporánea de nuestro país y que siempre estuvo silenciosa, siempre estuvo camuflándose de otra cosa. Baste como dato para confirmar todo esto el artículo de José Aranda Aznar, en la revista Empiria, de la UNED, donde se nos dice que en el censo electoral vigente en 1998, fecha de elaboración de dicho artículo, el porcentaje de personas con apellido vasco en la Comunidad Autónoma Vasca suponía el 20,5 % respecto del total de población vasca en edad de votar.
Desde el resto del Estado no se ha entendido nunca esta realidad interna a dichas comunidades y todos los movimientos políticos hacia las mismas van en la dirección de considerar dichas regiones coto particular de sus minorías nacionalistas, sacrificando para ello, si hace falta, la identidad de los inmigrantes y de sus identidades respectivas: todos vascos y todos catalanes, que ganen esas identidades periféricas gracias a sus movimientos nacionalistas respectivos, si con ello las contentamos y les hacemos cómoda su estancia dentro de un Estado español que las englobe como muestra de la riqueza y variedad de sus nacionalidades y regiones.
Y esto se hace sacrificando, como digo, la identidad de todos los inmigrantes españoles en el País Vasco y Cataluña y de sus hijos, naturalmente, haciéndoles que se olviden de sus orígenes andaluces, extremeños, castellanos, gallegos, asturianos y de cualquier otra parte de la España empobrecida de finales del XIX y mediados del XX. Para todas estas gentes, que son centenares de miles (sólo en el País Vasco, de algo más de dos millones de personas que lo conforman, y siguiendo con los datos del artículo anteriormente citado, el 45,92 % de su población en edad de votar no tiene ningún apellido vasco), lo que ahora se les ofrece es formar parte, como añadidos sin nombre, a la historia del pueblo vasco o del pueblo catalán, a la historia de un pueblo que procede del linaje de Aitor o del de Wilfredo el Velloso, tanto da. Y se supone que es vergonzoso que un matrimonio de hijos de extremeños o de andaluces que viva en el País Vasco le hable a su hijo y le eduque en castellano o español, porque se supone que esos hijos son ahora vascos o catalanes y hay que educarles en euskera o catalán. Parece ser que ahora para los hijos de inmigrantes andaluces o castellanos que llegaron al País Vasco y Cataluña en los años sesenta, debe ser lo más normal del mundo hablarle a su propio hijo en vasco o en catalán, porque eso es un síntoma inequívoco de integración, se les viene a decir.
Muchos son los síntomas que hacen traslucir esa realidad abrumadora de una población española no autóctona en el País Vasco y Cataluña. En Cataluña son más evidentes: la Feria de Abril de Santa Coloma es impensable en el País Vasco, por ejemplo, tanto por volumen de población como por simbología expuesta. El hecho catalán, digamos así, es más permeable que el vasco para el inmigrante, el factor del idioma en este caso es decisivo, y si no que se lo pregunten al President Montilla. Pero ello no le resta ni un ápice de su carácter absorbente, anulador de una identidad, como puede ser la de cualquiera de los hijos de los inmigrantes que allí viven, entre los que hay muchos familiares míos, por cierto. Si los inmigrantes fueran pocos, la cuestión cambiaría, porque la absorción sería natural, digamos así, pero al ser tantos, conformando barrios enteros, muy populosos, aquí estamos ante otra cosa distinta. Las élites nacionalistas se empeñan, con su antiespañolismo más descarado, en hablarnos del País Vasco o Cataluña como de un país que no es el nuestro pero al que tenemos que adaptarnos si queremos participar en pie de igualdad con ellos en sus instituciones, el país es suyo, nos vienen a decir de mil maneras distintas. Y de lo que se trata aquí es de un doble proceso, a mi entender, de adaptación mutua. Porque en el desarrollo de ambas comunidades, Cataluña y el País Vasco, el progreso y el bienestar lo estamos consiguiendo entre todos, no es una concesión de los autóctonos para con los inmigrantes.
Las élites gobernantes en el País Vasco y Cataluña, así como sus votantes y cuadros políticos, y esto la gente en el resto de España no lo acaba de entender, sobre todo la gente de izquierdas que es lo más sangrante (teniendo en cuenta que los inmigrantes en esas comunidades siempre han sido, por definición, votantes mayoritarios de partidos de izquierda), se sienten hoy en día entidades diferenciadas de España, ajenas a España, cuando no abiertamente hostiles a todo lo que significa España.
La historia de cómo todo esto ha llegado a ser así es bastante conocida para los profesionales de la historiografía, pero por ello mismo resulta estremecedor que no se hayan ya sacado las consecuencias historiográficas pertinentes. El origen de los movimientos políticos nacionalistas se remonta como mucho a finales del XIX. Otra cosa es que luego dichos movimientos se hayan afanado en presentarnos una historia en la que ellos son la consecuencia necesaria de una serie de hechos que han ocurrido entre una España satanizada y dichas entidades territoriales desde la noche de los tiempos. Y la realidad es que dichos movimientos nacionalistas sólo surgen donde hay inmigrantes de otras regiones españolas en grandes proporciones. En Galicia no hay un movimiento nacionalista desafiante o peligroso para la unidad española justamente porque no hay inmigrantes de otras zonas de España allí sino todo lo contrario, gallegos hay, y formando comunidades amplias, como es sabido, en todas partes del mundo. Los movimientos nacionalistas periféricos sólo son poderosos donde hay inmigración española en grandes proporciones que pueda amenazar la realidad social y cultural preexistente. La realidad de dicha amenaza está ahí, no lo vamos a negar: cuando una inmigración es alta, hasta el punto de acercarse a la mitad de la población preexistente e incluso rebasarla, como ocurre en las zonas industrializadas del País Vasco y Cataluña, creando prácticamente nuevas ciudades donde había pequeños pueblos, las cosas tienen que cambiar necesariamente para los habitantes de cualquier país. En el País Vasco José María Salaverría, autor del 98, hablaba de “auténtica invasión” para Vizcaya y Guipúzcoa en los años veinte y treinta del siglo XX. Y este es un fenómeno que nadie puede ignorar. Esta realidad es la que explica la aparición de los nacionalismos y no otra. Porque se puede hablar de un caldo de cultivo particularista, romántico, fuerista en ambos casos, pero tenemos, para desdecir esta razón como determinante, el caso de Navarra, donde no hay inmigración, y donde su vasquismo decimonónico, representado en gentes como Arturo Campión, deriva hacia terrenos lingüísticos y culturales, pero no políticos, como ocurrirá con Sabino Arana, precisamente porque Navarra es una sociedad no alterada por la inmigración. El nacionalismo de Sabino Arana es el nacionalismo prototípico excluyente y segregacionista hacia el inmigrante. Esa es su principal seña de identidad, siendo las otras añadidos coadyuvantes pero no decisivos. Y si observamos cómo surge este movimiento nacionalista en la ría del Nervión y cómo se va expandiendo por Guipúzcoa, comprobaremos que su desarrollo coincide casi matemáticamente con la llegada y asentamiento de los inmigrantes, primero a Vizcaya, a su ría, y luego, durante los años treinta del siglo XX, por los valles industrializados de Guipúzcoa, en menor proporción. En Alava y Navarra ni rastro de nacionalismo (es anecdótica su presencia allí) hasta la Guerra Civil, precisamente porque allí no hay inmigrantes a los que excluir o, en su caso, someter. Esta es mi hipótesis para el surgimiento de los nacionalismos periféricos en España: la exclusión del inmigrante procedente de otras regiones españolas, su sometimiento, su postergación cultural y política. Y es una realidad que luego los gobiernos españoles, por ignorancia o por irresponsabilidad, en sus diferentes modalidades, no han hecho más que reforzar y favorecer, con lo cual los nacionalismos periféricos han engordado sus expectativas hasta llegar a dominar hoy sus respectivos espacios políticos, con el beneplácito de las fuerzas progresistas en España.
En este sentido, el intervalo de dictadura franquista de cuarenta años, con un nuevo aluvión de llegada de inmigrantes en los años cincuenta y sesenta al País Vasco y Cataluña, no ha hecho más que reforzar las tesis de los nacionalismos respectivos, convirtiéndolos, paradójicamente (teniendo en cuenta el origen reaccionario de dichos nacionalismos, contrario a la modernidad representada por los inmigrantes y la industrialización a la que servían como mano de obra), en víctimas de la opresión española, opresión personalizada (insisto, paradójicamente) en la presencia abrumadora de inmigrantes de otras regiones españolas, a los que se despojaba de sus rasgos de identidad, por asimilarlos a la España dictatorial de la que procedían entonces.
La Transición de la Dictadura a la Democracia nos ha presentado, por tanto, el triste espectáculo de miles de inmigrantes procedentes de otras regiones españolas, y sobre todo de sus hijos, intentando ocultar por todos los medios sus señas de identidad españolas (de cada una de sus procedencias) y pasando a convertirse en nuevos vascos, nuevos catalanes, por imperativo de una realidad social, política y cultural, tanto vasca o catalana como general de las fuerzas progresistas del Estado, que identificaba todo lo español con lo atrasado, lo dictatorial y lo reaccionario y todo lo autóctono con lo progresista, lo democrático y lo avanzado. En el País Vasco hay también que ir pensando en el movimiento terrorista representado por ETA como el principal agente a la hora de amedrentar y anular, bajo peligro de muerte (real o sugerida: es el “mérito” supremo del terrorismo, hacer extensible a toda la población los efectos de su cuentagotas trágico) todos los signos de identidad de los inmigrantes y toda su posible identificación, consciente y sobre todo inconsciente, con España.
En este sentido, volver a los orígenes de los llamados nacionalismos periféricos y presentar como hipótesis para explicar dicho origen y su posterior desarrollo, a la discriminación política, económica, cultural y social de los sobrevenidos de otras regiones españolas no pretende más que hacer un servicio a la verdad en la historia, a la realidad política, social y cultural de unas gentes obligadas por la fuerza de los hechos a salir de sus lugares de origen y buscarse la vida allá donde pudieran pagarles un jornal por su mano de obra, sin sopesar las consecuencias de todo orden que dicho movimiento masivo podía tener para la historia contemporánea de España y para la configuración del presente que vivimos.

4 comentarios:

xavi dijo...

Por mi experiencia personal,discrepo de su hipótesis. El ejemplo que le pongo es muy simple: mi abuelo siempre se refirió al WC como a "Can Felip" (casa de Felipe),como se lo enseñaron a él sus abuelos. El término proviene de la destrucción física de Barcelona en 1714,cuando el nuevo Rey Felipe V destruyó la ciudad y se cargó el principio de jurar defender las constituciones catalanas como había sido costumbre en respetar la soberanía.
Mis amigos también lo llamaban así.
En época de mis abuelos,no había immigración ni ghetos...I no digamos en tiempos de la Renaixença catalana (Renacer,cien años despues de aquella recordada derrota).
Su teoría tendría sentido si el nacionalismo hubiera nacido en los años 60 del pasado siglo,y la Historia bubiera sido distinta.
Creo que en el País Vasco,el carlismo tuvo un papel en la gestación del nacionalismo político que Ud no tiene en cuenta.


Simplemente,quería decirle que no comparto lo que he leído de su hipótesis por partir de unos prejuicios previos.
En Barcelona,a primeros del siglo XX,llegaron multitud de murcianos sobretodo.Esto nu supuso ningún problema para el resto de los que ya estaban allí,porque la integración era fácil y la lengua la aprendían rapidamente por proximidad y porque era abrumadora en la realidad social de aquella epoca.Jamás hubo un ápice de racismo,y la clase trabajadora autóctona trabajaba junto la recien llegada en las mismas fábricas y las grandes infraestructuras.Jamás.Y el conjunto de catalanes se enriquicieron y asumieron como propio el "carajillo" (café con gotas de coñac o anis).
Los catalanes desde siempre se han considerado exactamente igual que los portugueses,a quien Ud no destina ni una sola linea.
La utopía republicana catalana,siempre ha estado abierta.Hace 100 años pedía la confederación de los pueblos ibéricos,y ahora la integración como estado en europa.Pero,claro está,esto son proyectos políticos que no tienen nada que ver con el nacionalismo,pues como ideología,sólo están en el gobierno del País Vasco y de Galicia.En Cataluña,ERC se autodenomina Izquierda Nacional (que no nacionalista),aunque todavía parte de sus bases provengan de un nacionalismo en franca regresión.Y ha hecho Presidente a un catalán de origen andaluz.

En fin: teorizar sobre el nacionalismo tendrá interés para los historiadores.
Ahora que antiguos Ducados como las repúblicas bálticas se han convertido en Estados europeos,quizás deberían los historiadores de hoy analizar los fenómenos independentistas en Occidente,y estudiar si Escocia,Flandes,Cataluña,Pais Vasco,logran cambiar el mapa interno de Europa y,con ello,acercarnos a un nuevo mundo donde las dimensiones pongan a cada cual en su sitio.
Que ya cansa ver a Sarkozy,que es como el gobernador de California,tuteándose con el presidente de un Estado de cientos de millones de personas.

Pedro José Chacón Delgado dijo...

Argumentos históricos, con todos mis respetos para su abuelo y para Ud. mismo, los hay en todas partes y de todos los colores. Mire, igualmente en Navarra el rey católico Fernando I entró con sus huestes en 1512 e incorporó Navarra a lo que eran entonces los dominios de la monarquía hispánica. ¿Y qué tenemos en la actualidad respecto de aquel episodio? Pues una minoría que habla de usurpación española y de Noain (lugar de la batalla principal) como gran masacre y tal, y luego tenemos una mayoría, representada por UPN, CDN y los socialistas navarros que consideran aquel episodio un acontecimiento histórico que vinculó a Navarra con España y del cual no se consideran víctimas sino, en todo caso, herederos históricos. En Navarra no hay inmigración de otras partes de España, eso es todo, no hay sentimientos de confrontación interna entre comunidades de diferentes procedencias, que hayan originado un nacionalismo excluyente y separatista. Y no olvide Ud. que Navarra fue la cuna del carlismo, que carlistas fueron los navarros sobre todo, y luego también los guipuzcoanos; en Vizcaya fue menor la incidencia del carlismo, aunque también importante en pueblos del interior, especialmente Durango. Pero con la aparición de los inmigrantes en grandes cantidades a finales del siglo XIX (el partido socialista vizcaíno se fundó antes que el propio PNV) los carlistas vizcaínos y luego los guipuzcoanos se convirtieron en nacionalistas, mientras los navarros no: de hecho estos últimos fueron los que invadieron Guipúzcoa y Vizcaya en la Guerra Civil, bajo el mando supremo de Franco, como sabrá.
Y como este argumento podríamos encontrar otros muchos, en los cuales la historia se utiliza a conveniencia del interesado. Utilizar los hechos de 1714, tres siglos después casi de que ocurrieran, identificando a los actuales contendientes políticos con aquellos bandos en liza entonces, no es sino un anacronismo interesado. Porque del mismo modo Valencia, el actual Aragón y Baleares, que eran territorios de la Corona de Aragón que perdieron entonces también sus fueros, podrían hoy reclamar aquella pérdida con igual legitimidad que lo hace Cataluña. Y sin embargo no lo hacen. ¿Por qué? Porque en esos territorios hoy no hay necesidad de reclamar ninguna ofensa antigua. Y ¿por qué? Porque no hay animadversión contra un ente supuestamente opresor que se identifica con España. Y ¿por qué? Porque en el interior de esas comunidades no hay poblaciones en grandes cantidades procedentes de otras partes de España que hayan colisionado culturalmente con las autóctonas.
En Cataluña el idioma es una fuente de integración muy importante. Pero no es todo. Si fuera así no persistirían como lo hacen hoy los agravios permanentes contra España, contra todo lo que significa España por parte de un nacionalismo muy poderoso. Y en esos agravios permanentes contra España que manifiestan los nacionalistas hay un agravio permanente contra los que proceden de otras partes de España y guardan en su interior, como sentimiento propio, una querencia por lo que significa España que los nacionalistas no tienen. Montilla es President de la Generalitat, con apoyo de ERC y IC, es cierto, y eso, hoy por hoy, sería impensable en el País Vasco. Ya digo que en Cataluña se dan situaciones que no se dan en el País Vasco. Son comunidades muy diferentes. Pero guardan en común esa inmigración en grandes cantidades que es el origen principal de sus nacionalismos respectivos.
La Renaixença es un movimiento cultural del XIX que no olvide Ud. que tiene en personajes como Marcelino Menéndez y Pelayo (prohombre de las derecha católica española) a uno de sus principales valedores. Del mismo modo en el ámbito vasco Arturo Campion promovió el renacimiento cultural del euskera en Navarra. Pero el nacionalismo no son los juegos florales poéticos de estos románticos. El nacionalismo es otra cosa. Utiliza el romanticismo como argumento cultural, pero sus propósitos políticos tienen una inspiración puramente práctica, de ambición de poder, que el romanticismo cultural nunca tuvo. En Galicia también hubo romanticismo literario, pero esto no derivó, como el nacionalismo gallego en su conjunto, en un nacionalismo político exacerbado: Galicia tiene todos los argumentos culturales, lingüísticos e históricos para poder tener un nacionalismo político del mismo nivel que el vasco o el catalán, y sin embargo allí gobierna el PP durante cuatro legislaturas y ahora un socialismo con lo que hay de nacionalismo gallego, nada preocupante para la integridad política de España. ¿Por qué? Porque los gallegos son tradicionalmente emigrantes y no hay inmigración en grandes cantidades que haya puesto en riesgo su cohesión interna. Eso es todo.
Cuando un nacionalista, sea vasco o catalán, despotrica contra España, lo que hace es faltar al respeto y a la sensibilidad de quien procede de otras partes de España y guarda como un tesoro su pertenencia a un ente político, histórico y cultural que se llama España, mientras que vive y trabaja en el País Vasco y Cataluña, entidades a las que considera partes de España también. El sentimiento antiespañol, tan cultivado en Cataluña como en el País Vasco, no es una actitud contra eso que los nacionalistas llaman “Madrid”, porque es que “Madrid” pilla muy lejos, sino que es sobre todo y principalmente un sentimiento y una actitud contra los que viven en Cataluña y el País Vasco y se sienten, al menos, tan españoles como catalanes o vascos. Y eso lo que genera es una situación muchas veces insoportable de mala convivencia, de falta de cohesión interna de esas comunidades, de falta de acuerdo y, sobre todo, de opresión cultural contra quienes viven en esas comunidades y no son catalanes o vascos nativos. Quienes viven en el País Vasco y Cataluña y no comulgan con los principios del nacionalismo se sienten como en suspenso en dichas comunidades, sin saber muy bien quiénes son, qué son, cómo se llaman: se les quita su condición de vascos o catalanes, simplemente porque consideran que vivir en el País Vasco o en Cataluña es otra forma de sentirse españoles. Esa es la principal consecuencia de las ideologías nacionalistas y ese es el principal problema de convivencia que dichas ideologías provocan.
Un saludo afectuoso.

Pedro José Chacón Delgado dijo...

Una puntualización o corrección al comentario anterior: evidentemente Fernando el Católico no fue el primero de los Fernandos en la dinastía hispánica. Normalmente no se le cita por su ordinal, pero de hacerlo creo que sería el V.

Administrador dijo...

Sr. Chacón. Me parece sólida e interesante su argumentación (sólo he leído esta primera entrada por ahora). El caso de Navarra es muy convincente.
Saludos
Josep