Véase ahora cómo se expresa el maqueto del Heraldo:
"Quien tal dice desconoce a los vizcaínos y no sabe lo que pasa en Vizcaya. Cierto que aquí los naturales son amantes de su suelo, de sus usos, de sus costumbres, de sus tradiciones, de sus antiguas leyes y de cuanto adquirió desde el nacer, carta de naturaleza en Vizcaya; y que este amor, digno de todo respeto y veneración, lo tienen arraigadísimo en su corazón; pero de esto a la separación de castas, al odio al feroz invasor y a las persecuciones interminables, hay una diferencia inmensa que ningún vizcaíno, estoy de ello cierto, se atreve a salvar.
Verdad también que los vizcaínos, y esto es perfectamente natural y lógico, están bien unidos, se protegen y amparan mutuamente y en todas ocasiones procuran conseguir el bien de los suyos; pero de esto a distanciar al maqueto, sin consideración a sus merecimientos, a sus trabajos y a sus virtudes sociales, apartándole violentamente cuando pretende escalar el puesto que ambiciona, hay una respetable distancia."
El articulista ha variado de táctica; aquí se nos presenta como un maqueto en su primera etapa, esto es, sin engreírse; por el contrario, ensalzando a los vizcaínos y ponderando sus costumbres, para terminar arrimando la ascua a su sardina por si cae algún incauto en la tentación de terminarla de asar, y esto se llama maliciosa cucología, la que nunca debemos olvidar.
Mas tarde añade, ocupándose de la inmigración castellana:
"Y esta inmigración no se compone sólo de braceros. Hemos venido aquí todos, porque, y esto honra a Vizcaya, este es el rinconcito mejor de España. Y al venir todos, y de todo, en todas las esferas de la actividad humana se nota el fenómeno de la terrible competencia social y hay que ofrecer mucho y darlo para obtener una recompensa, las más de las veces, desproporcionada al esfuerzo realizado. Además de esto, la vida es aquí más cara que en ninguna otra parte, y esta circunstancia acrece las dificultades."
En este párrafo, después de una dedada de miel, se nos presenta el maqueto quejoso del premio a su trabajo: lo encuentra mezquino, y por consiguiente se muestra ingrato con quien él ha solicitado protección, y termina mostrando descontento por la carestía de la vida de un pueblo en el que reside por su libérrima voluntad, y que por lo tanto puede, cuando le plazca, trasladar su residencia a lugar de mejores condiciones. La eterna cantinela del castellano que resulta inocente e inofensiva, pero aburrida por su repetición.
"Por lo demás, el maqueto se abre aquí camino como en otra parte. Los vizcaínos, y hablo de la inmensa mayoría que tienen juicio cabal, son retraídos, se resisten, y es natural, a dejarse conquistar; pero al fin son conquistados por quien tiene méritos suficientes y habilidad para rendir sus posiciones, y se entregan a discreción si se les da en cambio cantidad bastante de bagaje científico y social que facilite la transacción. Buena prueba de lo que digo es que muchos maquetos viven aquí muy contentos y reconocidos porque se les ha hecho merecida justicia, sin pensar en antagonismos regionalistas que no existen sino en la mente de unos cuentos degenerados."
En estas líneas el maqueto ha perdido los estribos, abrogándose la exclusiva posesión de la ciencia y la sociabilidad; se considera dispensador de favores, maestro y educador de los vizcaínos, pretensión absurda y que redundad en desprestigio de los naturales de este país que por su ciencia y cultura están por lo menos a nivel, si no por encima, de la casi totalidad de las provincias españolas. Contentos vivirán en Vizcaya los maquetos que así piensan, pero los vizcaínos nada tienen que agradecerles: hubiera valido más no se hubieran acordado de venir a visitarles, y si una de las manifestaciones de la ciencia y de la cultura es la humildad, medrados resultan la de los que así piensan. Está visto: el maqueto no tiene enmienda. No acertamos a comprender, con estas condiciones, cómo se abre camino; no es posible se presente tal cual es.