UN MAKETO Y UN MAKETÓFILO

"Después de remitir a los suscriptores de Bilbao nuestro Bizkaitarra, solemos destinar próximamente un millar de ejemplares de cada número para repartirlos entre todos los pueblos de Bizkaya.
Nosotros no regalamos estos ejemplares para luego presentar a las narices el recibo de suscripción, como acostumbran otros periódicos; sino que los repartimos con el objeto exclusivo de hacer propaganda. El que desea suscribirse, nos da su nombre; el que no, nada tiene que hacer.
Pues bien, ¿quién les parece a ustedes que es el único de toda Bizkaya que ha devuelto el periódico?
Un grandísimo maketo establecido en Mundaka.
Agarrado a la cola del cometa de la guerra civil, que tan calamitoso ha sido para nosotros, dejóse caer en la bella Anteiglesia de Mundaka, donde le tienen ustedes de Secretario del Excmo. Ayuntamiento desde hace la friolera de catorce o dieciséis años.
Es también boticario y no sabemos si alguna cosa más.
Y es el mismo que instó cierto día del verano pasado al Alcalde para que prohibiese a la música tocar el Gernika en la plaza; medida que se realizó con inminente peligro, en verdad, de ocasionar un conflicto, en que probablemetne hubiese parado el maketo (¡líbrele Dios!) en hacer una visita a los karramarros del puerto.
Su gracia es don Natalio Sanz y Lorente, para lo que ustedes se dignen disponer; y es natural de Cabeza de Buey, pueblo tan bonito como su nombre y situado en el riñón de España.
Y, a pesar de ser compadre del mismísimo escudero de don Quijote y de haber ejercido el cargo de Secretario durante catorce años, vean ustedes qué tal conoce la ortografía del idioma maketo.
Se debuelve a su procedencia. Así, con b de burro, y no una sola vez sino dos: la vez que dirigimos el periódico al Secretario del Ayuntamiento de Mundaka, y la que lo enviamos a don Natalio Sanz y Lorente, a fin de que se refocilase un rato con su lectura.
Por supuesto que, con el mismo objeto, le seguiremos mandando todos los números. Pero suponemos también que se habrá aprovechado de nuestra lección de ortografía maketa, y no nos pondrá otra vez debuelve con b de bestia.
Tal es el maketo.
Ahora, veamos quién es el maketófilo.
Pues, un bizkainito muy juicioso que nos juzga faltos de juicio.
Que en La República no escribe solo sino acompañado de varios maketos.
Que se dice Riomar, y es en efecto un río de insulseces y una mar de vaciedades.
Que está conforme con don Mariano De Cavia y Du Lac en lo que de nosotros dice,

Y confirma aquel principio
De un conocido escritor:
Si el sabio no aprueba, malo;
Si el necio aplaude, peor
.

Y que, sin embargo, de ser tan maketófilo, no sabe que la palabra vizcaíno, escrita así a lo maketo, debe llevar un enorme acento en la segunda i. Y que, no obstante ser tan amigo de lo maketo, escribe expléndida con x.
¡BadaaaXo!”

[Reproducción del artículo de Sabino Arana Goiri, del mismo título, tomado de su periódico Bizkaitarra, 24-5-1894]

¡QUÉ CARIDAD!

"Ha llegado a nuestros oídos la noticia de que en esta villa ha muerto por indigencia el cabeza de una familia euskeriana.
Esto es horrible; pero lo es aún más, si se considera que hay un gran número de familias maketas acogidas por las Conferencias de San Vicente de Paúl.
Se impone fundar una Sociedad de San Vicente que socorra exclusivamente a familias de nuestra familia euskeriana. Es triste que por socorrer a personas extrañas, desamparemos a nuestros hermanos hasta dejarlos morir de hambre.
Todo el mundo sabe que los maketos no sienten la menor repugnancia en llamar a la puerta para pedir limosna y exagerar sus necesidades, resultando que, de atenderlos, sólo se consigue muchas veces fomentar la vagancia y los vicios. Los euskerianos, por el contrario, tienen ordinariamente bastante dignidad para encubrir sus necesidades y no mendigar, llevándola a veces hasta la exageración de dejarse morir de hambre por no pedir; es preciso buscarlos.
Además, el objeto principal de San Vicente de Paúl, al fundar sus Conferencias, fue la caridad moral, y no es muy puesto en razón el lanzarse a catequizar al malo, abandonando al bueno. Decimos esto porque nuestros paisanos son por lo común religiosos, por su carácter natural y su educación, y los de fuera carecen en su mayoría de estas cualidades y son mendigos de profesión; y es preciso conservar y perfeccionar la instrucción de los primeros, para que la traduzcan en los actos de su vida y sean honrados, mientras que es poco menos que imposible el traer a buen camino a los segundos.
Ya hemos indicado, por otra parte, que el favorecer la irrupción de los maketos es fomentar la inmoralidad en nuestro país; porque si es cierto que las costumbres de nuestro Pueblo han degenerado notablemente en esta época, débese sin duda alguna a la espantosa invasión de los maketos, que traen consigo la blasfemia y la inmoralidad.
Estas son las razones que tienen muchas personas de Bilbao, tanto del uno como del otro sexo, para no pertenecer a las Conferencias de San Vicente, tal como hoy se hallan constituidas. Tenemos, pues, la completa seguridad de que hay muchísimas que, en caso de fundarse una Sociedad de la naturaleza que hemos señalado, ingresarían gustosísimas en ella.
La Sociedad había de tener su centro en Bilbao, como villa la más populosa, pero extendiendo sus ramificaciones por toda Bizkaya, a fin de llevar a todas las familias indigentes de esta antigua república, con el socorro material, el más necesario del espíritu.
Es por demás curioso que una Sociedad que se funde en Bizkaya deba depender del Centro establecido en Madrid. ¿No es acaso la caridad, como virtud que es, perfectamente voluntaria y libre?
Para fundar la Sociedad que proponemos no hace falta redactar ningunos Estatutos. Ya San Vicente de Paul nos los dio hechos. Solamente habrá que agregar que las familias que hablen Euskera sean visitadas, a ser posible, por socios que lo posean; pues la conservación de nuestra lengua es un gran medio para conservar también la religiosidad y la moralidad en nuestro país.
Puesto que los españoles componen las tres cuartas partes de la población de Bilbao y sus cercanías, acojan ellos a los suyos; que nosotros ya nos arreglaremos para socorrer a los nuestros.”

[Reproducción del artículo de Sabino Arana Goiri, del mismo título, tomado de su periódico Bizkaitarra, 24-5-1894]

LA INVASIÓN MAKETA

"Para que se vea el incremento que va tomando la inmigración maketa en Bizkaya, que llega al punto de poder decirse que su villa más populosa no es ya de los bizkainos, sino de los maketos, transcribimos a continuación un cuadro estadístico que palpablemente lo demuestra y que recomendamos a los bizkainos para que detenidamente lo examinen, y deduzcan de su estudio cómo nuestra raza ha llegado a ser vilmente dominada por la que es su más encarnizada enemiga, a pesar de la dignidad y altivez de que continuamente estamos alardeando.
El estado que presentamos, lo hemos entresacado de la estadística de la población de Bilbao el año pasado, y compara el número de habitantes que llevaban los cuatro apellidos euskéricos más comunes con el de los que tenían los cuatro españoles también más frecuentes.
Léanlo los bizkainos. Pero es necesario no irritarse momentáneamente como niños, ni amilanarse como mujeres. Calma y sangre fría para que nuestra inteligencia vea claramente los medios de nuestro fin; acción vigorosa y metodizada para alcanzarlo: he aquí las dos cualidades que las circunstancias actuales nos exigen en el patriótico movimiento para Bizkaya.
Es necesario no llenar la atmósfera de exclamaciones y bravatas, como hicieron los españoles antes de ir al Riff; pero también precisa no cejar en nuestra empresa ni retroceder ante las dificultades, como retrocedieron los españoles ante el moro.
Del bizkaino han dicho los mismos españoles que es corto en palabras, pero en obras largo. Veremos si somos bizkainos.
He aquí el cuadro:

Apellidos más comunes
Habitantes de Bilbao que lo llevaban en 1893

Euskéricos:
Echebarría: 716
Aguirre: 369
Arana: 349
Zabala: 290

Total 1.724

Españoles:
García: 995
Fernández: 892
Martínez: 864
González: 786

Total 3.537"

[Reproducción del artículo de Sabino Arana Goiri, del mismo título, tomado de su periódico Bizkaitarra, 31-3-1894]

LOS INVASORES

"Con este título ha visto últimamente la luz pública en un semanario de Bilbao un bien escrito artículo que se ocupa en las varias clases de maketos y en su pestífera influencia. Si en él no se tratase el asunto desde el punto de vista regional (que, sobre no ser de bizkaina pureza, no puede ser tampoco base de quejas fundadas y sólida argumentación), defecto que aunque el único que le empaña es de esencia y fundamental, me vería precisado a confesar que al cabo y al fin ha aparecido en periódico bilbaino un escrito verdaderamente patriótico. Mas como éste haya sido el primero que en cuantos periódicos han salido y salen al público en esta villa ha atacado de frente y sin viles respetos a la invasión maketa, no puedo menos de enviar a su autor la más bizkaina enhorabuena. Por otra parte, ese camino del odio al maketismo es mucho más directo y seguro que el que llevan los que se dicen amantes de los Fueros, pero no sienten rencor hacia el invasor. Si fuese moralmente posible una Bizkaya foral y euskelduna (o con Euskera), pero con raza maketa, su realización sería la cosa más odiosa del mundo, la más rastrera aberración de un pueblo, la evolución política más inicua y la falsedad más estupenda de la historia.
El artículo citado concrétase casi exclusivamente a clasificar al maketo y señalar los efectos de su inmigración; pero poco o nada ha creído conveniente su autor ocuparse en estudiar al elemento que favorece la irrupción, esto es, a los maketófilos, ni el remedio de tan serio mal. Respecto de este último punto, algo he dicho ya en el artículo anterior y queda insinuado en todos los escritos. Cuanto al primero, tan vasto es, que en esta hoja renuncio a tratarlo aun someramente. Hay maketismo o españolismo en todas las esferas de la sociedad bizkaina: le hay en las autoridades eclesiásticas y civiles; en la prensa periódica y no periódica, en las sociedades políticas y de recreo, en las asociaciones religiosas y profesionales, en las órdenes y congregaciones religiosas, en el clero, en la industria, en el comercio, en la propiedad, en el trato social, y por último en el matrimonio, que, como generador de la familia, que lo es de la sociedad, es la llave de las posiciones y el elemento más trascendental.
Para tratar con la debida extensión la cuestión maketológica, preciso fuera un volumen infolio de mil páginas cuando menos. Sería un libro curioso y de indudable conveniencia, y yo lo escribiría con el mayor gusto, si no tuviese el tiempo empleado en otros trabajos de mayor necesidad y urgencia. Si de él dispone suficientemente el autor de Los invasores, encarecidamente le recomiendo este trabajo, asegurándole que en ello prestaría a Bizkaya un excelente servcio, como lo llevase a cabo dentro del criterio nacionalista, que es (no me podrá negarlo) el que está naturalmente arraigado en su espíritu.
El título de la obra podría ser éste o semejante: La invasión española en Bizkaya. Las materias que pudiera contener, las siguientes o parecidas:

Parte primera: Los maketos
Capítulo I: Naturaleza del maketo
- Caracteres físicos: tipo, destreza, fuerza, agilidad
- Caracteres morales: religiosidad, moralidad, educación, inteligencia, laboriosidad, costumbres
Capítulo II: Clasificación del maketo: aristócrata, burgués, empleado, obrero, mendigo, sacerdote, militar
Capítulo III: Estadística:
- Conquistas del maketo: autoridad, empleos, industria, comercio, propiedad, artes, beneficencia, matrimonio
- Frutos del maketo: criminalidad, irreligiosidad, inmoralidad, indigencia, enfermedades
Parte segunda: Los maketófilos

Capítulo I: Maketismo en las autoridades eclesiásticas
Capítulo II: Id. en las autoridades civiles
Capítulo III: Id. en los libros
Capítulo IV: Id. en los periódicos
Capítulo V: Id. en los partidos políticos
Capítulo VI: Id. en los círculos recreativos
Capítulo VII: Id. en las asociaciones religiosas
Capítulo VIII: Id. en las hermandades profesionales
Capítulo IX: Id. en las artes liberales
Capítulo X: Id. en el clero
Capítulo XI: Id. en las órdenes y congregaciones religiosas
Capítulo XII: Id. en la industria
Capítulo XIII: Id. en el comercio
Capítulo XIV: Id. en el trato social
Capítulo XV: Id. en la familia

Así como la estadística es esencial a la primera parte, esta segunda habría de ir acompañada de datos históricos, con los nombres de las personas y todos los pelos y señales, siendo de advertir que, cuando se sacan a luz los hechos con los nombres de sus autores, no hace falta aplicar a éstos ningún calificativo, porque el lector se encarga de juzgarlos.

Parte tercera: La reacción
Cap. I: Remedios especiales.
Aquí se señalarían los que respectivamente corresponden a las distintas clases de maketismo o maketofilia.
Cap. II: Remedio general.
Este es el capítulo en el cual se habría de fijar el lema bajo el que se deben unir todos los bizkainos para rechazar radicalmente a la invasión española.
Tal es el cuadro de las materias. No dudo que el presentado, como hecho a vuela pluma, resultará bastante imperfecto; pero bien puede dar idea de la extensión e importancia de la obra."
[Reproducción del artículo de Sabino Arana Goiri del mismo título, tomado de su periódico Bizkaitarra, 10-12-1893]

NUESTROS MOROS

“Los maketos. Esos son nuestros moros.
Con una diferencia: que los moros odian a los españoles, porque están por éstos en parte dominados; y los maketos, ellos son los que nos esclavizan; y no contentos con esto, pues nos aborrecen a muerte, no han de parar hasta extinguir nuestra raza.
Tampoco podemos decir de los maketos lo que los españoles de los moros: “hay maketos en la costa”; porque ya se han metido en nuestros hogares. Ni es lo mismo oír decir: “maketos vienen”, que verlos venir. Ni parece que “hay maketos y bizkainos”, sino que todos somos hermanos.
Lo que sí podemos es plagiar una celebérrima frase: “el maketo: ¡he ahí el enemigo!”
Y no me refiero a una clase determinada de maketos, sino a todas en general: todos los maketos, aristócratas y plebeyos, burgueses y proletarios, sabios e ignorantes, buenos y malos, todos son enemigos de nuestra Patria, más o menos francos, pero siempre encarnizados.
Y entiéndase que no los aborrecemos porque sí. Si el español se estuviese quedo en su tierra, no tendríamos por qué quererle mal.
Pero es nuestro dominador y nuestro parásito nacional: nos ha sometido y privándonos de la condición a que todo hombre y todo pueblo tiene derecho, la libertad; y nos está carcomiendo el cuerpo y aniquilando el espíritu, y aspira a nuestra muerte. ¿Cómo hemos de quererle bien?
No se crea, sin embargo, que el remedio está hoy en empuñar el fusil contra el maketo. Nada de eso. El remedio está en desterrar de nuestra mente y nuestro pecho toda idea y todo afecto españolista; en arrancarnos de los partidos españolistas que lo son todos los hoy militantes (lo diré por centésima vez), el integrista, el carlista, el euskalerriaco, el liberal, el republicano y el católico contemplativo del Inútil-Club o El Centro; en unirnos después bajo la tradicional bandera de nuestra única Patria, bajo el sagrado lema de Jaungoikoa eta Lagizarra, Dios y Tradición, Religión y Política bizkainas; y el construir mientras dure esta paz de esclavitud un solo cuerpo bizkaino, una verdadera familia, aislando por completo a los maketos en todos los órdenes de las relaciones sociales, con lo cual le sería imposible la vida al que se ha establecido en las villas del interior y las anteiglesias y punto menos que imposible al de esta desdichada zona del Nervión.
Si, llevado a cabo este procedimiento en Bizkaya por los bizkainos y los demás euskerianos en ella avecindados, siguieran el ejemplo los guipuzkoanos en Gipuzkoa, los nabarros en Navarra, y en Álaba los alabeses, y las asociaciones de estas cuatro regiones euskerianas se abrazaran estrechamente para formar una grande y compacta familia nacional... el día llegaría en que,si no se hacía de buen grado justicia internacional, Euskeria recobrase su libertad por los medios que la historia aconseja.”
[Reproducción del artículo de Sabino Arana Goiri del mismo título, tomado de su periódico Bizkaitarra, 10-12-1893]

El término "maketo" en los diccionarios de español y de euskera

El término maketo no aparece recogido como tal por el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE), sino en su forma maqueto, y además el contenido que se le da al mismo en dicho diccionario (consulta digital de la vigesimosegunda edición, 2001) es incorrecto: “Inmigrante que procede de otra región española y no conoce ni habla vascuence”. Esta definición aparece introducida con un carácter de sentido despectivo y también por un origen etimológico que la hace proceder del vasco: maketo, que se supone que significa tonto, majadero (también aparece un enigmático “makito” como origen vasco del término y un no menos enigmático “magüeto”, que parece ser que significa novillo, como referencia en castellano al término en cuestión). En lo que coinciden los diccionarios de la lengua vasca y de la lengua española es en pasarse uno a otro la pelota, como vulgarmente se dice, o la “patata caliente” por mejor decir, porque así como el DRAE remite al euskera maketo para dar el origen del término castellanizado maqueto, el que pasa por ser el diccionario más completo de euskera, el Elhuyar, se remite a su vez al castellano maqueto para aclarar el sentido del término vasco maketo.
Bien; consultado el diccionario de Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca), aquí no se nos da ninguna definición de makito, como ya suponíamos. Y de maketo sólo se nos dice que es un insulto (irain-hitza) utilizado en Hegoalde, que engloba lo que, dentro de la terminología euskaldun significa País Vasco de España junto con Navarra. Otros diccionarios del euskera optan cómodamente por eludir el significado de la palabra y remitirnos al castellano maqueto (así el Elhuyar, como decíamos), o directamente por no poner entrada alguna (Sinonimoen hiztegia, Diccionario de sinónimos), o por poner definiciones también basadas en la cuestión del insulto, pero remitiéndonos fuera del País Vasco para emborronar un poco el sentido del término, así el 3000 Hiztegia nos dice de maketo: “maqueto/ta, término de origen oscuro usado también por tierras de Santander para designar a sus vecinos castellanos (insulto)”. La enciclopedia Harluxet, enciclopedia de referencia en euskera hasta el momento, nos dice de maketo: “Jatorriz Euskal Herrikoak ez diren pertsonak izendatzeko erabili izan den irain-hitza”, literalmente “insulto que se ha utilizado para nombrar a las personas que no son de origen vasco”, con lo cual incide en lo del insulto pero no nos dice de dónde son esas personas a las que se insulta por no ser vascas.
Por tanto, de la definición del DRAE, junto con la de la enciclopedia Harluxet podemos componer una definición que englobe lo que le falta a una y a otra. Así, de la definición del DRAE sólo se salva con dificultades la primera parte, porque falta decir que el maketo, efectivamente, es un inmigrante que procede de otra región española, pero que va al País Vasco, porque sólo en ese territorio tiene sentido la utilización del término en cuestión. Pero la segunda parte de la definición del DRAE, la de que el maqueto "no conoce ni habla vascuence" no tiene por dónde cogerse, independientemente de que en algún lugar del País Vasco se utilizara con ese sentido, porque entre los propios autóctonos el hablar vascuence no ha sido tampoco nunca un rasgo que se diera como definitivo para considerar a nadie vasco.
El término maketo ya se utilizaba por los autóctonos en general, sin necesidad de que fueran todavía nacionalistas, a finales del siglo XIX y primeros del XX, para referirse a los inmigrantes que llegaban entonces masivamente desde otras partes de España. La ideología nacionalista originaria (la del partido fundado por Sabino Arana) fue, no obstante, la que dio carta de naturaleza política al término maketo, incidiendo en el contenido que tenía entonces, abiertamente racista: se fijaba en los apellidos, para decir de alguien que no era vasco. Sólo con la transición del régimen franquista a la democracia se extendió entre el nacionalismo (sobre todo del signo más radical) la idea de que tendría que ser la lengua vasca quien diera la condición de vasco, condición que, mientras se produce o no, nos ofrece la realidad de que en el País Vasco actual no llega ni de lejos a la mitad de su población la que habla habitualmente euskera. Además, paradójicamente, la ideología nacionalista moderna que sostiene esta condición para ser vasco (la de hablar euskera) nunca ha utilizado el término maketo para referirse a los inmigrantes, sino todo lo contrario: los abertzales suelen ser los más acérrimos contrarios a su utilización, sobre todo por el hecho evidente de que entre sus filas hay muchísimos inmigrantes o hijos de inmigrantes, ansiosos de ser considerados vascos (aunque no hablen euskera). Todas estas consideraciones, que para cualquier lector no afincado en el País Vasco o desconocedor de su peculiar idiosincrasia, pueden resultar ilógicas o absurdas, son perfectamente “coherentes”, es decir, reales, verídicas, para quienes vivimos en el llamado "ámbito vasco de decisión", particularmente en sus territorios del sur.

Hipótesis sobre el origen de los nacionalismos "periféricos" en España

Cuando me refiero a los nacionalismos periféricos supongo que todo el mundo entenderá que hago alusión a los movimientos políticos y culturales que, dentro de lo que todos consideramos o entendemos o suponemos que es España, resultan hoy en día dominantes en Cataluña y el País Vasco. El nacionalismo gallego no supone en ningún caso un desafío evidente a la unidad política de España, lo cual va a redundar, como se verá, en la fiabilidad de mi hipótesis, y es por ello que no lo voy a considerar aquí.
Para enunciar la hipótesis a que me refiero en el título, voy a prescindir de aparato bibliográfico. Ya sé que esto es un tanto heterodoxo, que no es corriente en la producción historiográfica. Pero voy a dar mis razones para el caso. Primero, por propia cuestión de método. Una hipótesis, por definición, y si es verdaderamente hipotética y no deductiva, no tiene precedente bibliográfico o de literatura secundaria que aportar, en apoyo de lo que se diga. En todo caso puede presentar hechos, hechos históricos y sobre todo razonamientos a la luz de la documentación disponible y que expliquen de una forma no tenida en cuenta hasta ahora dichos acontecimientos, de forma que resulten más inteligibles, en el sentido de que no dejen ningún cabo suelto, como por el contrario, a mi juicio, ocurre con las explicaciones dadas hasta ahora sobre el particular. Ocurre que, a estas alturas, todos los que nos dedicamos a la historia contemporánea y a la historia del presente conocemos los hechos básicos por los que explicar el origen y desarrollo de los nacionalismos catalán y vasco y no es el caso, salvo cuestiones imprescindibles, sacarlos a relucir aquí. Y teniendo en cuenta, además, que dichos hechos se reproducen hasta la saciedad en la prensa de todos los días, y en la publicística al respecto también, de forma que estamos ante un continuo caudal de información y de manifestaciones que lo único que hacen es decir siempre lo mismo, bajo diferentes aspectos o en forma de sucesos y declaraciones que abundan en lo mismo, e incluso dichos o ejecutados por las mismas personas, que en todo caso se suceden unas a otras en la portavocía o representación de una misma forma de entender la cuestión. Segundo, por pura razón de higiene historiográfica que, por una vez aunque sea, nos hace presumir que el lector agradecerá, al fin y al cabo, una exposición exenta de andamiaje y follaje erudito, que muchas veces lo que hace es intentar ocultar la ausencia de ideas propias, cuando no el seguidismo patente de ideas ya sólidamente establecidas.
El carácter de hipótesis que sostengo aquí para el origen de los nacionalismos periféricos en España tiene su origen en mi conocimiento y análisis del caso vasco. Tengo que decir que sobre nacionalismo catalán estoy menos versado que sobre nacionalismo vasco, por lo que me disculparán si las precisiones respecto del primero sean menos significativas, quizás, que sobre el segundo. Vivo en el País Vasco, donde nací y donde me he construido mi propio hábitat profesional y familiar y eso, a no dudar, influye evidentemente en mi interés y mi conocimiento por los asuntos que me rodean de manera más próxima. De hecho la hipótesis que voy a presentar parte de mi propia ubicación en el País Vasco, y lo que propongo aquí es hacerla extensiva a Cataluña. De “funcionar” también para aquel espacio social, político y cultural, que presenta ciertas diferencias respecto del caso vasco, como de todos es sabido, podríamos decir que estaríamos entonces ante una verdadera teoría sobre el origen de los nacionalismos periféricos en España, particularmente de los que desafían y cuestionan la legitimidad del Estado en aquellos territorios donde son dominantes.

Con el tema de los nacionalismos nos situamos, en cuanto a organigrama de la distribución de competencias en ciencias historiográficas, en lo que se conoce como historia contemporánea, cuando no directamente en historia del presente. De todos es sabido que esta “parcela” de la historiografía supone un desafío añadido a la actividad del historiador. Rafael Altamira, faro y guía que debiera ser de la profesión de historiador en España, se mostró muy reacio siempre a tratar de épocas en las que él hubiera debido de ubicarse espacio y temporalmente, puesto que ello derivaría siempre, a su juicio, en merma de la objetividad precisa para su oficio. Pero en una etapa posterior a la primera redacción de su magna Historia de España y de la Civilización Española optó por tratar debidamente el siglo XIX, ausente en aquella obra, y los temas más candentes de su propia época, incluidos y muy principalmente, cómo no, los políticos. Su postura ante los nacionalismos en España, singularmente el catalán y el vasco, no dejó de mantenerle en la perplejidad siempre, como se ve en su postrera Los elementos de la civilización y el carácter españoles. No acertaba a comprender cómo era posible semejante desafección por lo que él llamaba unidad psicológica de España, que era lo que suponían esos movimientos políticos y culturales, no le cabía en la cabeza (ni en el corazón tampoco) el hecho de que se propusieran romper una relación secular de una manera tan inopinada e irresponsable.

Aunque con estas cuestiones de la necesaria objetividad del historiador, que vendría procurada por la lejanía del sujeto que investiga respecto del tiempo en el que transcurre el objeto investigado, tendríamos que decir también que hoy en día, con el auge del desenterramiento masivo de tradiciones por parte de los historiadores a sueldo de las autonomías en España, ninguna época está ya a salvo de un aprovechamiento político para el investigador y para quien le financie. La Edad Media dejó de ser hace tiempo coto privado de eruditos ingenuos y de inocentes investigadores ávidos de engordar el curriculum. Los restos romanos sirven para ensalzar la gloria de la región respectiva, lo mismo que los prehistóricos, y las dinastías medievales de cualquier antiguo reino de España son hoy en día cuidadas con esmero por quienes buscan pretextos para ofrecer a la consejería de cultura más próxima la posibilidad de organizar una semana de exposiciones y congresos a beneficio de la autonomía respectiva.
Con lo cual se acabó la diferenciación de épocas históricas en función de su posible politización desde el presente. Todo es politizable, todo es aprovechable desde el presente en la historia de España y de sus nacionalidades, desde Atapuerca, que vale tanto para España como para la autonomía de Castilla y León, hasta cualquier acontecimiento histórico de hoy mismo, pasando por episodios señeros de la historia común, que pueden ser lo mismo aprovechados bien a izquierdas o derechas del panorama político general, bien por la tradición regional en manos de la autonomía respectiva. Ejemplos abundan al respecto, pensemos en la presencia romana por diferentes lugares españoles, el episodio de los Comuneros en Castilla, el Califato en Andalucía, la Guerra de Sucesión en Cataluña, las guerras carlistas en el País Vasco, el episodio inicial de la Reconquista en Asturias, la época del descubrimiento y colonización de América reflejada, por ejemplo, en Extremadura, y muchos más que desde un punto de vista general español pueden tener un significado progresista o tradicionalista, según se analice o interprete, y que desde un punto de vista regional pueden reforzar la personalidad y el carácter particular de la autonomía respectiva.

Esto nos permite decir que, por lo que respecta a los nacionalismos “fuertes” de País Vasco y Cataluña, cualquiera puede enfrentarse a los mismos desde el presente sin ningún tipo de complejo por verse malintepretado o prejuiciado por falta de distanciamiento cronológico respecto de los asuntos que estudia. Lo cierto es que quienes hoy en día se ocupan de tales temas pasan por pertenecer a tres categorías distintas de investigadores, no en el sentido de su calidad profesional, me refiero ahora, sino más bien por su adscripción ideológica. Los hay quienes desde las nacionalidades respectivas hacen historia vasca o catalana con fuerte acento particular, autóctono, escribiendo mayoritariamente en sus lenguas respectivas y, por supuesto, considerando el objeto de su historia como algo cerrado en sí mismo, en el sentido de que no necesitan ningún elemento exterior (referido a España, naturalmente) que pueda complementar la historia que están narrando. Para estos historiadores, lo que entendemos por País Vasco y Cataluña son entidades autosuficientes, cuyo sentido y significado está en sí mismas y que, por tanto, no necesitan de ningún añadido exterior que venga a completar lo que esos investigadores puedan decir respecto de ellas. Las historias que de aquí se deducen, y las geografías, dicho sea de paso, contemplan estas entidades como algo más que lo que entendemos desde España por el País Vasco y Cataluña: se trata de entidades que engloban, en el caso del País Vasco, la autonomía de Navarra y también un pequeño territorio perteneciente al departamento francés de Pirineos Atlánticos y que los nacionalistas vascos denominan Iparralde (País Vasco francés). La referencia visual para entender esto reside en el mapa de los dialectos del euskera, elaborado por el príncipe Luis Luciano Bonaparte, cómo no a finales del XIX (época clave para el surgimiento de los nacionalismos periféricos), y que se viene utilizando como referencia geográfica (a falta de referencias políticas) por toda la historiografía nacionalista vasca desde entonces hasta hoy mismo. En el caso catalán, el mapa de la historia del país no se reduce a la Cataluña española tampoco, ya que también en este caso entra una parte de territorio francés, el Rosellón, y cuando se refieren a los países catalanes, que son las regiones españolas mayoritariamente donde se habla el catalán y que pasan, por eso mismo, a tener un significado político diferenciado, ahí ya entra también el País Valenciano y Baleares, así como una parte de Huesca, “la franja”, donde se habla también catalán.
El segundo grupo de historiadores son los que escriben tanto desde el centro como desde la periferia, pero que desde posturas pretendidamente progresistas, intentan hacer causa común en sus análisis del fenómeno. Suelen incidir en el arcaísmo centralizador de España, y en su incomprensión de las variedades nacionalistas periféricas, contempladas generalmente desde un punto de vista modernizador y progresista. Para estos historiadores las nacionalidades surgen al mismo tiempo que la España moderna, con su industrialización y con sus trasvases de población. Dichos movimientos políticos nacionalistas son la característica más definitoria desde el punto de vista de la articulación del Estado a la modernidad, y para estos historiadores España será o no será en función de que sepa integrar en su realidad política esas realidades incuestionables que son los nacionalismos vasco y catalán. Por tanto, cualquier crítica a las pretensiones de dichos nacionalismos es síntoma, para estos historiadores, de arcaísmo y de intolerancia en diversos grados.
El tercer grupo de historiadores que se ocupan del nacionalismo son los que conviven malamente con las realidades nacionalistas en España, considerando que son un defecto de su historia y de su realidad presente. España, en su afán de progreso y modernidad, se quiso desprender de su principal seña caracterizadora en toda la historia, el catolicismo y la mezcla inextricable de lo privado con lo público, de la ética católica y la política subordinada a aquella sin solución de continuidad, y lo que provocó fue que determinados sectores de sus habitantes se desentendieran de un proyecto político común. Esto hace que el potencial civilizador de España se resienta y que su capacidad y fortaleza no sean las que deberían ser, de acuerdo con su historia y el lugar que le corresponde entre las grandes naciones en el mundo. Las nacionalidades periféricas son una demostración más del fracaso de España en su entrada en la modernidad, al mismo nivel que la merma de su catolicidad. La pérdida de hegemonía de España en el mundo viene dada por esas dos características fundamentales, que se alimentarían mutuamente. Es precisamente por ello que se explica el hecho de que los nacionalismos periféricos en España vengan caracterizados, en su origen, y aunque parezca paradójico para muchos (debido sobre todo al poso de perplejidad que dejó en nosotros una dictadura franquista demasiado larga), por una revivificación de la religión católica, que se suponía en retroceso por causa del movimiento liberal español en su conjunto, durante todo el siglo XIX, y que hallaría en esas regiones vasca y catalana un refugio seguro ante los ataques desamortizadores y laicos del progreso en España. El nacionalismo vasco tiene ese componente católico integrista en su programa desde el inicio. El nacionalismo catalán, como es sabido, junto con su componente católico y conservador, tiene otro de origen federal (representado por Pi y Margall), que alimentaría la comprensión de su ala izquierda, ausente en origen en el caso vasco.

Este panorama, que en apariencia podría suponer una riqueza interpretativa y una oferta de conocimiento suficiente para entender lo que realmente ocurre en España y en las zonas donde los aquí denominados nacionalismos periféricos han arraigado, no ha permitido, a mi juicio, en todo este tiempo, ofrecer una explicación realmente convincente del surgimiento de los nacionalismos en España. Por lo que se refiere al caso vasco, se nos dice que el nacionalismo surge por una concatenación de realidades: la extracción minera y luego la industrialización desaforada de la margen izquierda de la ría del Nervión, que provocó un trasvase de población desde regiones limítrofes, dando lugar a una transformación del paisaje, que pasaría del modelo tradicional, de predominio del sector primario, al modelo moderno, de dominio del sector secundario en la economía, junto con un sustrato fuerista y tradicionalista presente de antemano en el caso vasco, que no aceptaría los cambios sociales traídos por la industrialización y que daría lugar a una transición desde el fuerismo y el tradicionalismo católico conservador (en el que respiran todos los fundadores nacionalistas en España) al nacionalismo independentista, dentro de un panorama político de aparición de los movimientos de masas y crisis de los partidos tradicionales, y todo ello enmarcado en una situación nacional e internacional de pérdida definitiva de peso político de España en el concierto mundial, con una crisis de poder insuperable en sus estructuras centralizadoras, que posibilitaría el auge de las élites periféricas.

Como afirmé antes, la hipótesis que aquí presento surge viviendo en el País Vasco. Y lo cierto es que creo que sólo es posible llegar a ella viviendo en el País Vasco, como digo, y encontrándose quien la emite vitalmente inserto aquí con los condicionantes socio-políticos y culturales que yo tengo. En esto es cierto, y no tengo ningún inconveniente en aceptarlo, el conocido dicho (slogan publicitario ya, habría que decir) de los nacionalismos vasco y catalán cuando dicen eso de que “desde fuera no nos entienden”. Por lo tanto, también hay gentes como yo, dentro de los propios ámbitos a los que los nacionalistas dicen representar, que podemos decir igualmente que no nos entienden, pero en este caso por partida doble: no nos entienden los de fuera y tampoco los dominantes de dentro. El caso es que considero un rasgo propio de los que vivimos en el País Vasco y no somos nacionalistas el sentir nuestra vivencia aquí de modo muy diferenciado al de si viviéramos fuera de aquí. Y del mismo modo, un historiador que no viva en el País Vasco nunca sentirá la presión del nacionalismo vasco circundante, del mismo modo que lo pueda sentir quien viva aquí. Y esto es una condición indispensable para entender al nacionalismo vasco, a mi juicio, y para calibrar adecuadamente sus características desde el punto de vista de la historiografía.
He dado una consideración de mi característica vital como historiador centrada en mi no nacionalismo, viviendo en el País Vasco. Pero junto a ella hay otra más, tan definitoria o más que la anterior, y es mi condición de hijo de inmigrantes españoles en el País Vasco. Y esto es muy importante porque a mi condición de no nacionalista también se podrían adscribir cuantos historiadores nativos vascos o mestizos de vasco e inmigrante hay por aquí, pero que en definitiva son fácilmente identificables como vascos. En mi caso, por mi origen y mis apellidos, si no digo expresamente que vivo en el País Vasco nadie me identificaría, a priori, como vasco. Con lo cual, para muchos, tanto de dentro como de fuera del País Vasco, mi condición de vasco pierde quilates y legitimidad a raudales.
Y aquí es donde reside el principal condicionante de mi hipótesis sobre el origen de los nacionalismos periféricos en España. Que la formula alguien que pertenece al colectivo de inmigrantes españoles que tanto en el País Vasco como en Cataluña sufrieron la discriminación y exclusión por parte de esos nacionalismos. Suponer, no obstante, que alguien que sufre discriminación y exclusión es el menos adecuado para hablar con “objetividad” de un movimiento político del que se considera víctima, no es más que un intento, avieso donde los haya, de echar tierra sobre la propia exclusión y la propia discriminación, de ignorarla, de soslayarla con un espíritu falsamente progresista de suponer que esos nacionalismos siguen siendo víctimas, todavía a estas alturas, de una dictadura que negó sus derechos en el pasado.
Evidentemente en el País Vasco y Cataluña hay una lucha por el poder, como en cualquier ámbito político del mundo. Y los movimientos nacionalistas hacen de la identidad de un pueblo vasco y de un pueblo catalán, cuyos orígenes respectivos se pierden en la noche de los tiempos, el ardid con el que luchar por el poder y mantenerse en él a toda costa. Esa lucha está basada en una dialéctica del “fuera” (esto es, el Estado) que nos discrimina y del “dentro” (esto es, la identidad vasca, la identidad catalana) que lucha por no desaparecer, que en el fondo lo que esconde malamente es una lucha interna dentro de esas comunidades, para que una parte de sus habitantes siempre sea la que disfrute del poder y administre desde él a favor de sus intereses, en detrimento de otra parte muy importante de esas comunidades, que viene a coincidir grosso modo con los inmigrantes que vinieron de otras partes de España y sus descendientes, durante un ciclo ya cerrado que engloba cronológicamente todo el proceso de la industrialización y de la entrada de nuestro país en la edad contemporánea. Desde fuera de dichos ámbitos, en el resto de España, por desconocimiento o inadvertencia de lo que significó el paso a la modernidad en el País Vasco y Cataluña, no se tiene en cuenta que la entrada masiva de inmigrantes de otras partes del país transformó todas sus estructuras de arriba abajo, produciendo un choque cultural brutal entre las comunidades aborígenes y las que llegaban, que se tradujo en una lucha política estrictamente interna de esas comunidades, con el Estado como observador atónito; lucha política que, gracias a la habilidad de los respectivos nacionalismos también, todo hay que decirlo, se asume como disputa por la independencia respecto de España, como necesidad de liberación de un pueblo oprimido, sin tener en cuenta, como digo, que detrás de esa reclamación lo que se esconde es un gran chantaje de las élites nacionalistas vascas y catalanas para mantenerse en el poder de sus territorios respectivos permanentemente.
En resumidas cuentas, la misma lógica de enfrentamiento que plantean estos nacionalismos desde España se asume como tal, sin corrección ni revisión alguna. En efecto, el mejor aliado de los nacionalismos periféricos en España es el propio gobierno español de turno, la incapacidad generalizada, muestra evidente del gran desconocimiento de nuestra propia historia, que no sabe ver que el País Vasco y Cataluña son entidades muy diferentes de las que nos quieren mostrar los nacionalismos respectivos: su conformación demográfica está atravesada profundamente por una presencia de población no autóctona, procedente de otras regiones de España, que es la causante de que los nacionalismos hayan surgido, que es la gran desaparecida de toda esta historia, la testigo incómoda, pero la que nos da la clave para entender un aspecto crucial de la historia contemporánea de nuestro país y que siempre estuvo silenciosa, siempre estuvo camuflándose de otra cosa. Baste como dato para confirmar todo esto el artículo de José Aranda Aznar, en la revista Empiria, de la UNED, donde se nos dice que en el censo electoral vigente en 1998, fecha de elaboración de dicho artículo, el porcentaje de personas con apellido vasco en la Comunidad Autónoma Vasca suponía el 20,5 % respecto del total de población vasca en edad de votar.
Desde el resto del Estado no se ha entendido nunca esta realidad interna a dichas comunidades y todos los movimientos políticos hacia las mismas van en la dirección de considerar dichas regiones coto particular de sus minorías nacionalistas, sacrificando para ello, si hace falta, la identidad de los inmigrantes y de sus identidades respectivas: todos vascos y todos catalanes, que ganen esas identidades periféricas gracias a sus movimientos nacionalistas respectivos, si con ello las contentamos y les hacemos cómoda su estancia dentro de un Estado español que las englobe como muestra de la riqueza y variedad de sus nacionalidades y regiones.
Y esto se hace sacrificando, como digo, la identidad de todos los inmigrantes españoles en el País Vasco y Cataluña y de sus hijos, naturalmente, haciéndoles que se olviden de sus orígenes andaluces, extremeños, castellanos, gallegos, asturianos y de cualquier otra parte de la España empobrecida de finales del XIX y mediados del XX. Para todas estas gentes, que son centenares de miles (sólo en el País Vasco, de algo más de dos millones de personas que lo conforman, y siguiendo con los datos del artículo anteriormente citado, el 45,92 % de su población en edad de votar no tiene ningún apellido vasco), lo que ahora se les ofrece es formar parte, como añadidos sin nombre, a la historia del pueblo vasco o del pueblo catalán, a la historia de un pueblo que procede del linaje de Aitor o del de Wilfredo el Velloso, tanto da. Y se supone que es vergonzoso que un matrimonio de hijos de extremeños o de andaluces que viva en el País Vasco le hable a su hijo y le eduque en castellano o español, porque se supone que esos hijos son ahora vascos o catalanes y hay que educarles en euskera o catalán. Parece ser que ahora para los hijos de inmigrantes andaluces o castellanos que llegaron al País Vasco y Cataluña en los años sesenta, debe ser lo más normal del mundo hablarle a su propio hijo en vasco o en catalán, porque eso es un síntoma inequívoco de integración, se les viene a decir.
Muchos son los síntomas que hacen traslucir esa realidad abrumadora de una población española no autóctona en el País Vasco y Cataluña. En Cataluña son más evidentes: la Feria de Abril de Santa Coloma es impensable en el País Vasco, por ejemplo, tanto por volumen de población como por simbología expuesta. El hecho catalán, digamos así, es más permeable que el vasco para el inmigrante, el factor del idioma en este caso es decisivo, y si no que se lo pregunten al President Montilla. Pero ello no le resta ni un ápice de su carácter absorbente, anulador de una identidad, como puede ser la de cualquiera de los hijos de los inmigrantes que allí viven, entre los que hay muchos familiares míos, por cierto. Si los inmigrantes fueran pocos, la cuestión cambiaría, porque la absorción sería natural, digamos así, pero al ser tantos, conformando barrios enteros, muy populosos, aquí estamos ante otra cosa distinta. Las élites nacionalistas se empeñan, con su antiespañolismo más descarado, en hablarnos del País Vasco o Cataluña como de un país que no es el nuestro pero al que tenemos que adaptarnos si queremos participar en pie de igualdad con ellos en sus instituciones, el país es suyo, nos vienen a decir de mil maneras distintas. Y de lo que se trata aquí es de un doble proceso, a mi entender, de adaptación mutua. Porque en el desarrollo de ambas comunidades, Cataluña y el País Vasco, el progreso y el bienestar lo estamos consiguiendo entre todos, no es una concesión de los autóctonos para con los inmigrantes.
Las élites gobernantes en el País Vasco y Cataluña, así como sus votantes y cuadros políticos, y esto la gente en el resto de España no lo acaba de entender, sobre todo la gente de izquierdas que es lo más sangrante (teniendo en cuenta que los inmigrantes en esas comunidades siempre han sido, por definición, votantes mayoritarios de partidos de izquierda), se sienten hoy en día entidades diferenciadas de España, ajenas a España, cuando no abiertamente hostiles a todo lo que significa España.
La historia de cómo todo esto ha llegado a ser así es bastante conocida para los profesionales de la historiografía, pero por ello mismo resulta estremecedor que no se hayan ya sacado las consecuencias historiográficas pertinentes. El origen de los movimientos políticos nacionalistas se remonta como mucho a finales del XIX. Otra cosa es que luego dichos movimientos se hayan afanado en presentarnos una historia en la que ellos son la consecuencia necesaria de una serie de hechos que han ocurrido entre una España satanizada y dichas entidades territoriales desde la noche de los tiempos. Y la realidad es que dichos movimientos nacionalistas sólo surgen donde hay inmigrantes de otras regiones españolas en grandes proporciones. En Galicia no hay un movimiento nacionalista desafiante o peligroso para la unidad española justamente porque no hay inmigrantes de otras zonas de España allí sino todo lo contrario, gallegos hay, y formando comunidades amplias, como es sabido, en todas partes del mundo. Los movimientos nacionalistas periféricos sólo son poderosos donde hay inmigración española en grandes proporciones que pueda amenazar la realidad social y cultural preexistente. La realidad de dicha amenaza está ahí, no lo vamos a negar: cuando una inmigración es alta, hasta el punto de acercarse a la mitad de la población preexistente e incluso rebasarla, como ocurre en las zonas industrializadas del País Vasco y Cataluña, creando prácticamente nuevas ciudades donde había pequeños pueblos, las cosas tienen que cambiar necesariamente para los habitantes de cualquier país. En el País Vasco José María Salaverría, autor del 98, hablaba de “auténtica invasión” para Vizcaya y Guipúzcoa en los años veinte y treinta del siglo XX. Y este es un fenómeno que nadie puede ignorar. Esta realidad es la que explica la aparición de los nacionalismos y no otra. Porque se puede hablar de un caldo de cultivo particularista, romántico, fuerista en ambos casos, pero tenemos, para desdecir esta razón como determinante, el caso de Navarra, donde no hay inmigración, y donde su vasquismo decimonónico, representado en gentes como Arturo Campión, deriva hacia terrenos lingüísticos y culturales, pero no políticos, como ocurrirá con Sabino Arana, precisamente porque Navarra es una sociedad no alterada por la inmigración. El nacionalismo de Sabino Arana es el nacionalismo prototípico excluyente y segregacionista hacia el inmigrante. Esa es su principal seña de identidad, siendo las otras añadidos coadyuvantes pero no decisivos. Y si observamos cómo surge este movimiento nacionalista en la ría del Nervión y cómo se va expandiendo por Guipúzcoa, comprobaremos que su desarrollo coincide casi matemáticamente con la llegada y asentamiento de los inmigrantes, primero a Vizcaya, a su ría, y luego, durante los años treinta del siglo XX, por los valles industrializados de Guipúzcoa, en menor proporción. En Alava y Navarra ni rastro de nacionalismo (es anecdótica su presencia allí) hasta la Guerra Civil, precisamente porque allí no hay inmigrantes a los que excluir o, en su caso, someter. Esta es mi hipótesis para el surgimiento de los nacionalismos periféricos en España: la exclusión del inmigrante procedente de otras regiones españolas, su sometimiento, su postergación cultural y política. Y es una realidad que luego los gobiernos españoles, por ignorancia o por irresponsabilidad, en sus diferentes modalidades, no han hecho más que reforzar y favorecer, con lo cual los nacionalismos periféricos han engordado sus expectativas hasta llegar a dominar hoy sus respectivos espacios políticos, con el beneplácito de las fuerzas progresistas en España.
En este sentido, el intervalo de dictadura franquista de cuarenta años, con un nuevo aluvión de llegada de inmigrantes en los años cincuenta y sesenta al País Vasco y Cataluña, no ha hecho más que reforzar las tesis de los nacionalismos respectivos, convirtiéndolos, paradójicamente (teniendo en cuenta el origen reaccionario de dichos nacionalismos, contrario a la modernidad representada por los inmigrantes y la industrialización a la que servían como mano de obra), en víctimas de la opresión española, opresión personalizada (insisto, paradójicamente) en la presencia abrumadora de inmigrantes de otras regiones españolas, a los que se despojaba de sus rasgos de identidad, por asimilarlos a la España dictatorial de la que procedían entonces.
La Transición de la Dictadura a la Democracia nos ha presentado, por tanto, el triste espectáculo de miles de inmigrantes procedentes de otras regiones españolas, y sobre todo de sus hijos, intentando ocultar por todos los medios sus señas de identidad españolas (de cada una de sus procedencias) y pasando a convertirse en nuevos vascos, nuevos catalanes, por imperativo de una realidad social, política y cultural, tanto vasca o catalana como general de las fuerzas progresistas del Estado, que identificaba todo lo español con lo atrasado, lo dictatorial y lo reaccionario y todo lo autóctono con lo progresista, lo democrático y lo avanzado. En el País Vasco hay también que ir pensando en el movimiento terrorista representado por ETA como el principal agente a la hora de amedrentar y anular, bajo peligro de muerte (real o sugerida: es el “mérito” supremo del terrorismo, hacer extensible a toda la población los efectos de su cuentagotas trágico) todos los signos de identidad de los inmigrantes y toda su posible identificación, consciente y sobre todo inconsciente, con España.
En este sentido, volver a los orígenes de los llamados nacionalismos periféricos y presentar como hipótesis para explicar dicho origen y su posterior desarrollo, a la discriminación política, económica, cultural y social de los sobrevenidos de otras regiones españolas no pretende más que hacer un servicio a la verdad en la historia, a la realidad política, social y cultural de unas gentes obligadas por la fuerza de los hechos a salir de sus lugares de origen y buscarse la vida allá donde pudieran pagarles un jornal por su mano de obra, sin sopesar las consecuencias de todo orden que dicho movimiento masivo podía tener para la historia contemporánea de España y para la configuración del presente que vivimos.